Paisajes

Paisaje es el nombre que la historiografía del arte ha dado al género pictórico que representa escenas de la naturaleza. El término “paisaje” ha sufrido grandes transformaciones a nivel conceptual hasta comprenderlo como lo hacemos hoy en día. Éste adquiere protagonismo justo en el momento en el que deja de ser un decorado del retrato y otro tipo de escenas ya fueran mitológicas, religiosas o históricas, convirtiéndose en algo autónomo, aunque se seguía considerando un género menor.  Según Jörg Zimmer la contemplación estética del paisaje comienza paralelamente junto a la investigación empírica de la ciencia moderna.

Como antecedentes directos, no podemos dejar de señalar, entre otras escuelas, la gran tradición paisajística de los pintores de las escuelas del norte (flamencos y alemanes), y, sobre todo, la pintura holandesa del siglo XVII. A pesar de estos antecedentes, no fue hasta mediados del siglo XIX cuando los artistas eligieron usar la luz natural para estudiar y conseguir determinados efectos y aplicarlos a su pintura, por lo que tenían que salir del estudio. Quizá la clave del éxito y popularización del plein air en el último tercio del siglo XIX fue la comercialización de los envases en tubo para la pintura al óleo y el french box easel o caballete transportable. A todo ello podemos sumar la expansión del ferrocarril, que le dio al artista más oportunidades al poder desplazarse a lugares lejanos con más facilidad y rapidez.

Con estos avances, el impresionismo es el tipo de pintura que se impone durante estos últimos decenios decimonónicos. La principal novedad del impresionismo es la búsqueda de la luz y el color, con pinceladas rápidas y empastadas para plasmar el momento, aunque ello se traduzca en una deliberada pérdida de forma y volumen; un sacrificio que también le dio al paisaje renovados aires y frescura. 

Hasta el siglo XIX la pintura de paisaje fue relegada a una posición baja en la jerarquía de géneros pictóricos en el arte occidental. El Romanticismo elevó la pintura de paisaje a un nuevo estrato. Hoffmann señala que este movimiento está en contra de los valores estéticos del arte clásico. El Romanticismo desafía el equilibrio, la razón y el orden del Neoclasicismo, dándole importancia a la expresión de las emociones, retratando lo remoto y lo indefinido, el escape de la realidad, enfatizando la grandeza o la pasión sobre el acabado o la proporción. El paisaje romántico tiene una gran importancia en este proyecto, por ello más adelante dedicamos un apartado a hablar de este. A mediados del siglo XIX, en Francia se da un giro importante en la forma de concebir el paisaje. Artistas como Monet, Pisarro, Renoir o Sisley, pertenecían al movimiento impresionista, que en contra de la idealización de la naturaleza de los románticos apostaban por la belleza de lo natural. Hoffmann señala que el impresionismo abrió un lenguaje pictórico completamente nuevo que amplió los conceptos del arte. 

Más adelante, el movimiento impresionista comenzó a dividirse en dos grupos, aquellos que como Monet, continuaron con el estudio de la luz con celo científico, y aquellos llamados postimpresionistas que como Seraut, Cezanne o Van Gogh se interesaron por cuestiones de organización pictórica, composición, estructura y color. Existen muchos otros artistas en esta época que pretendían ir más allá de la mera representación visual del paisaje. Como resultado, el impresionismo allanó el camino a interpretaciones del paisaje muy diversas. En el paisaje del siglo XX podemos encontrar expresiones muy diferentes. Hoffmann habla de movimientos basados en el paisaje físico como el Land Art, pinturas post-románticas como las de Anselm Kiefer o Gerhard Richter, pintores que han vuelto al hiperrealismo y otros que abstraen por completo el paisaje. 

En España la pintura de paisaje tuvo un desarrollo algo más tardío, y ese desarrollo vendrá de la mano del pintor romántic Genaro Pérez Villaamil (el Ferrol, 1807-Madrid, 1854) y, sobre todo, de Carlos de Haes (Bruselas, 1826-Madrid, 1898), que tuvieron un claro liderazgo en la modernización del género. Tanto Pérez Villaamil como Carlos de Haes fueron catedráticos de Paisaje en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Este último dejó una estela impresionante de discípulos de empaque, como JAureliano de Beruete o Darío de Regoyos. Tanto Carlos Haes como Muñoz Degrain inculcaban a sus alumnos un realismo alejado del romanticismo, despojado de todo carácter provocador, aplicado a la representación de la naturaleza, por lo que, a finales de siglo, fue uno de los géneros más practicados. Esta tendencia allanó la práctica del “pleniarismo”, dándole a este tema un protagonismo inusual hasta entonces en España.

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